Entre 1950 y 1965 Agatha Christie escribe su autobiografía, la cual no se publicaría hasta 1977 por expresa prohibición suya de que no apareciera hasta después de su muerte.
La obra cuenta la fascinante vida privada de la escritora, su infancia, sus dos matrimonios, así como las dos guerras mundiales que vivió, sus experiencias como escritora, pero también sus experiencias en expediciones arqueológicas con su segundo marido, Max Mallowan. El libro no sólo revela el verdadero genio de su éxito legendario, pero es que la historia es contada de manera viva y tan cautivante como una de sus novelas.
A continuación, algunos breves fragmentos de la obra:
« Es difícil saber cuál es el primer recuerdo que una conserva. Me acuerdo con claridad del día que cumplí los tres años. Nació en mí la sensación de ser importante. Estábamos tomando el té en el jardín, en el lugar donde más adelante se mecería una hamaca entre dos árboles.
Había una pequeña mesa de té cubierta de pasteles, con mi tarta de cumpleaños toda bañada en azúcar y con velitas en el medio. Tres velitas. Y luego un hecho significativo: una minúscula araña roja, tan pequeña que apenas podía verla, recorrió el mantel ; mi madre exclamó:
- Es la araña de la suerte, Agatha, la araña de la suerte para tu cumpleaños.
« La hora del té en la cocina era con frecuencia una reunión social. Jane tenía numerosas amigas y casi todos los días se presentaban una o dos. Del horno salían bandejas de rosquillas calientes. Nunca he vuelto a comer otras tan ricas como las de Jane. Eran crujientes, suaves y con pasas, y calientes sabían a gloria ».
« Echadas las cuentas dominicales y anotados los encargos para la semana siguiente ,llegaban los tíos. Entonces se ponía la mesa y se servía la comida; un enorme plato combinado, luego una tarta de cerezas y crema generalmente, una buena ración de queso y para terminar fruta, en los preciosos platos de postre dominicales; eran muy bonitos y lo son todavía, ya que de las dos docenas conservo unos dieciocho, lo que no está nada mal, después de sesenta años de llevarlos de aquí para allá. No sé si eran de porcelana de Coalport o francesa; tenían el borde verde brillante y oro, y en el centro un fruta distinta en cada uno. Mi favorito era y sigue siendo el del higo, un jugoso higo morado; el de mi hija Rosalinda ha sido siempre el de la grosella. Otros tenían un hermoso melocotón, uvas blancas o rojas, frambuesas, fresas y muchas otras frutas. El momento culminante de la comida llegaba cuando los colocaban en la mesa cubiertos con finas servilletas de postre y un lava-frutas. Entonces todos, por turno, tratábamos de adivinar qué fruta nos había tocado. No sé por qué nos gustaba tanto, pero siempre resultaba el momento más emocionante, y cuando acertaba sentía que había logrado algo digno de aprecio ».
« Poco a poco ganaba seguridad en mis escritos. Estaba convencida de que no me sería muy difícil escribir un libro cada año... Lo más agradable de aquellos días era lo que se relacionaba directamente con el dinero. Si decidía redactar una historia sabía que me daría sesenta libras o lo que fuera; deducía impuestos... y sabía que obtenía limpias 45 libras. Esto estimulaba mucho mi producción. Me decía a mi misma: «Me gustaría derribar el invernadero y hacer en su lugar una galería en la que podamos sentarnos. ¿Cuánto costaría?» Hacía mis cálculos, me iba a la máquina de escribir, me sentaba, pensaba, planeaba y, al cabo de una semana, había fraguado una historia. A su debido tiempo la escribía y ya tenía mi historia ».
La obra cuenta la fascinante vida privada de la escritora, su infancia, sus dos matrimonios, así como las dos guerras mundiales que vivió, sus experiencias como escritora, pero también sus experiencias en expediciones arqueológicas con su segundo marido, Max Mallowan. El libro no sólo revela el verdadero genio de su éxito legendario, pero es que la historia es contada de manera viva y tan cautivante como una de sus novelas.
He aquí algunos extractos de la crítica de la obra realizada por Augusto M. Torres y publicada en el diario EL PAÍS el 17 de enero de 1979 :
"Entre 1950 y 1965 escribe una larga autobiografía, que sólo se ha publicado recientemente por expresa prohibición suya de que no apareciera hasta después de su muerte. A pesar de lo que esto pueda hacer pensar, la autobiografía es lo menos sensacionalista y lo más victoriana que pueda pensarse. Se reduce a unos cuantos incidentes domésticos, descripciones de sus múltiples casas, relatos de problemas con sus criados, recuerdos de viaje, entremedias de la narración de sus relaciones familiares, sus matrimonios con el coronel de aviación Archibald Christie y con el conocido arqueólogo Max Malowan, y las expediciones realizadas con este último a Mesopotamia, Egipto y Siria. Sólo muy de cuando en cuando se refiere con una excesiva modestia a su trabajo literario, a los éxitos logrados, y sólo habla de sus famosos personajes Hercule Poirot y miss Marple de pasada y en un tono un tanto despectivo. Sin muertes violentas, sin sospechosos, sin coartadas y sin descubrimiento final del asesino, la autobiografía de Agatha Christie, tanto o más que sus famosas novelas policíacas, es la confirmación de su mentalidad victoriana, el retrato de una Inglaterra de principios de siglo, hoy completamente desaparecida (…) Esta última obra publicada de la máxima representante de la literatura policiaca inglesa tiene muy poco que ver con el resto de su producción y sólo gustará a quienes estén más interesados por su extinguida concepción del mundo que por sus facilones y divertidos trucos literarios".
A continuación, algunos breves fragmentos de la obra:
« Es difícil saber cuál es el primer recuerdo que una conserva. Me acuerdo con claridad del día que cumplí los tres años. Nació en mí la sensación de ser importante. Estábamos tomando el té en el jardín, en el lugar donde más adelante se mecería una hamaca entre dos árboles.
Había una pequeña mesa de té cubierta de pasteles, con mi tarta de cumpleaños toda bañada en azúcar y con velitas en el medio. Tres velitas. Y luego un hecho significativo: una minúscula araña roja, tan pequeña que apenas podía verla, recorrió el mantel ; mi madre exclamó:
- Es la araña de la suerte, Agatha, la araña de la suerte para tu cumpleaños.
Luego la memoria se desvanece, salvo el vago recuerdo de una porfía interminable de mi hermano sobre la cantidad de pastelillos que podía comer. ¡Estupendo y emocionante el mundo de la niñez! ».
« La hora del té en la cocina era con frecuencia una reunión social. Jane tenía numerosas amigas y casi todos los días se presentaban una o dos. Del horno salían bandejas de rosquillas calientes. Nunca he vuelto a comer otras tan ricas como las de Jane. Eran crujientes, suaves y con pasas, y calientes sabían a gloria ».
« Echadas las cuentas dominicales y anotados los encargos para la semana siguiente ,llegaban los tíos. Entonces se ponía la mesa y se servía la comida; un enorme plato combinado, luego una tarta de cerezas y crema generalmente, una buena ración de queso y para terminar fruta, en los preciosos platos de postre dominicales; eran muy bonitos y lo son todavía, ya que de las dos docenas conservo unos dieciocho, lo que no está nada mal, después de sesenta años de llevarlos de aquí para allá. No sé si eran de porcelana de Coalport o francesa; tenían el borde verde brillante y oro, y en el centro un fruta distinta en cada uno. Mi favorito era y sigue siendo el del higo, un jugoso higo morado; el de mi hija Rosalinda ha sido siempre el de la grosella. Otros tenían un hermoso melocotón, uvas blancas o rojas, frambuesas, fresas y muchas otras frutas. El momento culminante de la comida llegaba cuando los colocaban en la mesa cubiertos con finas servilletas de postre y un lava-frutas. Entonces todos, por turno, tratábamos de adivinar qué fruta nos había tocado. No sé por qué nos gustaba tanto, pero siempre resultaba el momento más emocionante, y cuando acertaba sentía que había logrado algo digno de aprecio ».
« Tenía una amiga llamada Margarita. Era lo que se llamaba una amistad semioficial. No íbamos a vernos a nuestras casas (su made tenía el pelo color naranja claro y mejillas muy coloradas; sospecho que era muy amiga de fiestas y que mi padre no quería que mi madre la visitara), pero íbamos juntas de paseo. Por lo visto nuestras nodrizas eran amigas. Era muy charlatana y me metía en tremendos apuros. Había perdido los dientes, por lo que no hablaba claro y apenas la entendía. Me parecía poco delicado decírselo, de modo que, desesperada , le contestaba al azar. Un día se ofreció a contarme un cuento. Trataba de “unoz carameloz envenenadoz”, pero nunca sabré lo que pasó con ellos. Siguió adelante de forma ininteligible durante mucho tiempo hasta que, con tono triunfal, acabó preguntando:
- ¿No creez que ez un cuento muy hermozo?
Asentí con entusiasmo.
- ¿Creez que realmente debían...?
Me pareció que un interrogatorio sobre el relato era demasiado para mí y la interrumpí con decisión:
- Ahora te voy a contar uno yo a tí.
Me miró indecisa. Estaba claro que había algún punto intrincado en el cuento de los caramelos envenenados que quería comentar, pero yo estaba desesperada.
- Es sobre una pepita de melocotón - improvisé bruscamente - Sobre ... un hada que vivía en la pepita de un melocotón.
- Sigue - dijo Margarita.
Proseguí hilando cosas hasta que llegamos a la puerta de su casa.
- Ez un cuento muy bonito - me dijo con admiración - ¿En qué libro de hadaz lo haz leído?
No procedía de ningún libro, sino de mi cabeza. No creo que fuera nada especial, pero me había librado de una situación realmente embarazosa. Respondí que no me acordaba ».
« Me había acostumbrado a escribir en lugar de bordar fundas de cojines o figuras copiadas de las porcelanas de Dresden. No estoy de acuerdo con quien piense que sitúo muy bajo la escritura creativa. La creatividad se demuestra de muchas formas: bordando, cocinando platos especiales, dibujando y esculpiendo, componiendo música y escribiendo libros y cuentos. La diferencia es que se logra más fama de una forma que de otra ».
Asentí con entusiasmo.
- ¿Creez que realmente debían...?
Me pareció que un interrogatorio sobre el relato era demasiado para mí y la interrumpí con decisión:
- Ahora te voy a contar uno yo a tí.
Me miró indecisa. Estaba claro que había algún punto intrincado en el cuento de los caramelos envenenados que quería comentar, pero yo estaba desesperada.
- Es sobre una pepita de melocotón - improvisé bruscamente - Sobre ... un hada que vivía en la pepita de un melocotón.
- Sigue - dijo Margarita.
Proseguí hilando cosas hasta que llegamos a la puerta de su casa.
- Ez un cuento muy bonito - me dijo con admiración - ¿En qué libro de hadaz lo haz leído?
No procedía de ningún libro, sino de mi cabeza. No creo que fuera nada especial, pero me había librado de una situación realmente embarazosa. Respondí que no me acordaba ».
« Me había acostumbrado a escribir en lugar de bordar fundas de cojines o figuras copiadas de las porcelanas de Dresden. No estoy de acuerdo con quien piense que sitúo muy bajo la escritura creativa. La creatividad se demuestra de muchas formas: bordando, cocinando platos especiales, dibujando y esculpiendo, componiendo música y escribiendo libros y cuentos. La diferencia es que se logra más fama de una forma que de otra ».
« Poco a poco ganaba seguridad en mis escritos. Estaba convencida de que no me sería muy difícil escribir un libro cada año... Lo más agradable de aquellos días era lo que se relacionaba directamente con el dinero. Si decidía redactar una historia sabía que me daría sesenta libras o lo que fuera; deducía impuestos... y sabía que obtenía limpias 45 libras. Esto estimulaba mucho mi producción. Me decía a mi misma: «Me gustaría derribar el invernadero y hacer en su lugar una galería en la que podamos sentarnos. ¿Cuánto costaría?» Hacía mis cálculos, me iba a la máquina de escribir, me sentaba, pensaba, planeaba y, al cabo de una semana, había fraguado una historia. A su debido tiempo la escribía y ya tenía mi historia ».
2 comentarios:
Creo que voy a leerla...
Muy interesante.
Creo que es una de las mejores escritoras de suspenso y misterio, de todos los tiempos .
Gracias por compartir.
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