
Sin embargo, Hercule Poirot no está de acuerdo y decide proceder como abogado defensor, bajo su personalidad de detective. Por primera vez, el investigador belga actúa en segundo plano, hasta que llega el momento de demostrar que él no se equivoca nunca. Ni siquiera cuando todos tratan de engañarle. En una investigación, las mentiras son tan útiles como las verdades. Y una mentira, por idiota que sea, puede costarle cara al asesino, que es el único personaje al que, frente a Poirot, no le está permitido mentir…
Dicen que, a estas alturas de la carrera literaria, Agatha había empezado a odiar a Poirot, irritada por las simpatías y la popularidad de que gozaba entre los lectores. Pero, a juzgar por el modo brillante en que le conduce a la resolución de este caso, disimula muy bien esa inquina.
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