lunes, 22 de septiembre de 2008

Pleamares de la vida

La vida es un constante juego de azar en el que unos ganan y otros pierden. Todo indicaba que a Rosaleen, sobre todo, y a David, por ser hermano suyo, les había tocado ganar. Y es que al haber fallecido Gordon Cloade sin dejar testamento, Rosaleen, su viuda, resultaba heredera universal de la fortuna del difunto, en perjuicio de los parientes del mismo, los perdedores.

Un problema, sin embargo, surge frente a la muchacha: Rosaleen había enviudado antes de un primer esposo, oficialmente muerto, pero que, de pronto, aparece vivo y coleando. Esta inesperada “resurrección” reaviva la llama de esperanza en algunos parientes sumidos en apuros económicos. También despierta la codicia de otras personas. Y acaba por provocar un torbellino de mentiras, suplantaciones de personalidad, chantaje, perjurio, insultos, amenazas, accidentes y muertes violentas.

Una conmoción cuya secuela en forma de criminal embrollo obligará a Hercule Poirot a exprimirse frenéticamente las células grises. Como la autora aprieta, pero no ahoga, el esfuerzo del detective se verá coronado por el éxito. Los personajes le regalarán los oídos reconociendo, admirados, que “Poirot lo sabe todo” y el crítico comprenderá una vez más que el mérito del sabueso belga es sorprender con la solución lógica y adelantarse, casi siempre, a la perspicacia del lector.su viuda,

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