Circunstancias inesperadas intervienen fortuitamente, para alterar la voluntad homicida del criminal y poner en el caso contingencias imprevistas ante las que se estrella el raciocinio de Poirot.
Al producirse un segundo asesinato, tan imposible como el anterior, todas las teorías ideadas por el detective se vienen abajo y el desconcierto se enseñorea de su cerebro. Poirot tiene que recurrir aquí más a la sutileza mental y a la hipótesis aventurada que al racionamiento. Porque al intervenir la casualidad en la acción, todo se desbarata y, cada dos por tres, las células grises del investigador belga quedan en evidencia.
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